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José Pascual Martínez
Cronista oficial de la villa de Pliego

En la Baja Edad Media, el antiguo reino de Murcia era tierra de frontera, rasgo que influirá de modo decisivo en el número y reparto de sus pobladores. Los habitantes musulmanes de los diversos feudos en los que se encontraba dividida la región percibían en su vida cotidiana, en su seguridad personal, en el intercambio comercial, etc. la presión ejercida por los reinos cristianos de Castilla y de la Corona de Aragón y por el reino nazarí de Granada, que actuaban como una pinza, perturbando el desarrollo de la población y amenazando sus vidas, cosechas y posesiones.

En estas circunstancias muchos pobladores del reino decidieron emigrar hacia el reino granadino, buscando una estabilidad que diera paz a sus vidas. Ante la disyuntiva, los musulmanes murcianos decidieron ponerse bajo al amparo de Castilla: en abril de 1243, acordaron con Fernando III, con la intervención de don Alfonso, convertirse en vasallos de Castilla, obligándose a cumplir las condiciones impuestas, con la contrapartida de gozar de protección ante las amenazas granadina y aragonesa.

En un primer momento, se mantuvo la presencia de los habitantes musulmanes. Sin embargo, el levantamiento de los descontentos en la revuelta de 1264, y la consiguiente derrota en 1266, supuso nuevas expulsiones o emigraciones masivas al reino de Granada, cuya frontera seguía acarreando un rapidísimo descenso en el número de los mudéjares murcianos. «Después de 1266 todo cambia —escribía Torres Fontes— desaparecen las condiciones privilegiadas en que se encontraban y gozaban los musulmanes… Resulta errónea la imagen que en algún momento se nos ha ofrecido de una masa musulmana preponderante, como ocurre en el reino valenciano. No sólo no es eso, sino todo lo contrario. Minorías apegadas a núcleos urbanos que le ofrecieran seguridad y trabajando la tierra en un oscuro vivir». «La valoración que puede hacerse del número de mudéjares al finalizar el siglo XIII no puede ser más pobre», se lee en otro pasaje del mismo autor, que añade una cita textual de Fernando IV en 1305: «Por razón de las guerras e de los otros males que son acaescidos en tierra de Murcia, la mayor parte de los moros son muertos e los otros fuydos, por las quales cosas la tierra es muy despoblada e menguada de ellos».

Mientras tanto, el proceso repoblador y la afluencia de cristianos no estaba siendo importante, ya que estos se sentían más atraídos por las fértiles vegas andaluzas, por lo que venían pocos repobladores y algunos se volvían a marchar, no contentos con lo que encontraban. Había, pues, pocos castellanos. No obstante, los musulmanes, aun siendo reducidos a no más de 4.000, componían una comunidad relativamente importante en aquel reino tan poco poblado. Si de la ciudad fueron alejados los mudéjares por el progresivo avance cristiano, hasta arrinconarlos en una parte de la parroquia de San Andrés, en donde se mantuvo pobre e indefensa la morería, en cambio, se procuró la persistencia de los mudéjares en el campo y huerta, aunque con una significativa modificación, bajo señorío y propiedad cristiana. Fueron los mudéjares quienes mantuvieron el extraordinario desarrollo en que se encontraba la agricultura de la huerta de Murcia.La-reconquista

Buen rendimiento y continuo esfuerzo, más un bajo coste económico, hubo de proporcionar a sus señores, al concejo de Murcia, Iglesia, particulares y Ordenes Militares, saneados ingresos. A este espléndido rendimiento se le compensó con un trato excelente y beneficioso para los musulmanes, quienes por esta causa se fueron alejando de las ciudades y se agruparon en morerías en los lugares próximos a las tierras de trabajo, y al amparo de fortalezas, torres o casas fuertes. En determinadas zonas de la huerta hubo mayor concentración, quizá por el mejor trato recibido, y por ello estas heredades se mantuvieron casi siempre convertidas en espléndidos vergeles. Y más lejos del término concejil, aunque alguna vez dependientes de Murcia, en Abanilla, valle de Ricote (Ricote, Blanca, Abarán, Ulea, Ojós, Asuete o Villanueva), Fortuna, Lorquí, Ceutí, Molina, Alguazas, Alcantarilla, Cotillas, Puebla de Soto, etc.

La disminución del elemento mudéjar en el reino de Murcia se debe por una parte a la poca atención que los sucesores de Alfonso el Sabio dedicaron a los musulmanes que vivían en sus reinos, y en alguna manera a la reanudación de la guerra contra los granadinos. Pero el problema se agudizó en la minoría de Fernando IV, pues la ocupación aragonesa del reino de Murcia fue extremadamente perjudicial para los mudéjares que vieron desaparecer las leyes protectoras otorgadas por Alfonso el Sabio, y ante el mal trato que se les dispensaba, optaron por abandonar el reino de Murcia. Muestra avanzada de esta emigración masiva ante la contienda que se desarrollaba en el reino, es que la villa de Mula, donde hasta entonces había existido una importante morería, solicitó y obtuvo autorización de Fernando IV para poder llevar desde otros lugares a sesenta casas de moros para su asentamiento en dicha morería .

Durante los últimos decenios del siglo XIII y primeros del XIV, otros musulmanes del reino nazarí que se veían desposeídos de sus tierras y modo de vida por la presión de la conquista castellana, emigraban, en un flujo contrario, hacia Castilla, especialmente hacia los señoríos de las Órdenes Militares situadas en las cuencas del Guadiana y del Tajo, por una parte, y hacia las ciudades de la cuenca del Duero, por otra. En estas regiones, los mudéjares de la Edad Media tardía eran el resultado de aquellos movimientos migratorios y no un «islam residual» de origen anterior a la conquista cristiana, con un comportamiento distinto al ocurrido en Aragón o en Valencia, donde permanecieron importantes comunidades mudéjares desde el momento mismo de las conquistas y capitulaciones.

Otro factor de despoblación fue la prohibición de tener propiedades, decidida en las Cortes de Valladolid de 1293 , lo que pudo influir, como dijo Guichard, en la actitud favorable hacia Jaume II que adoptó la comunidad musulmana adopta durante la invasión del reino de Murcia. Mientras que la parte alicantina del antiguo reino Murcia estaba poblada, el litoral se había quedado medio vacío: Cartagena tenía unas dimensiones muy reducidas, con una pequeña morería. La población cristiana es concentraba a la ciudad de Murcia y en las villas de Lorca y Mula, y los musulmanes predominaban en el valle de Ricote, en la huerta y el campo de Murcia y en la misma capital, que poseía una morería importante. Parece que también había un pequeño núcleo en Mula , pero no hay noticias relativas a Lorca. El valle de Ricote comprendía diversos núcleos habitados: Ricote, Blanca, Abarán, Ulea, Ojos, Asuete o Villanueva. En la huerta y campo de Murcia, contaban con población mudéjar Lorquí, Ceutí, Molina, Alguazas, Pliego, Albudeite, Alcantarilla, Cotillas etc., además de Abanilla y Fortuna , poblaciones próximas a la frontera cuando se dividió el reino.

Como todas les guerras, la de 1296-1304, afectó a la minoría musulmana y provocó un descenso demográfico. Algunos morirían en les operaciones bélicas, otros fueron capturados y, por el principio por el cual todo sarraceno supuestamente rebelde era hecho cautivo, eran vendidos y llevados quizá muy lejos de sus tierras; algunos emigraron hacia el reino de Valencia, fuera de la zona de guerra , y otros, si les fue posible, huyeron a Granada. Hay que tener en cuenta que les guerras tienen efectos más desastrosos para las minorías, musulmanes y judíos, porque eran les víctimas preferidas de los excesos de los soldados .
Acabada la guerra, una carta de Fernando IV dona testimonio de esta disminución de la población mudéjar en la parte del reino de Murcia que vuelve a manos de Castilla:
«por razón de las guerras e de los otros males que son acaescidos en tierra de Murcia, la mayor parte de los moros son muertos e los otros fuydos, por las quales cosas la tierra es muy despoblada e menguada dellos».

Muchos mudéjares como cristianos abandonaren sus casas para esconderse en las montañas, huyendo de los almogávares y de la guerra, o marchaban a los dominios de las órdenes militares. En mayo de 1296, una cabalgada en Albudeite se llevó consigo, al menos, 80 cautivos, y Jaume II autorizó que fuesen vendidos porque, en el momento de ser apresados, el lugar estaba en guerra con él . Los musulmanes llevados a Orihuela per el adalid Vicente de Jijona, que habían sido presos en una cabalgada en Ceutí, Lorquí y las Alguazas, fueron liberados porque el rey no quería causar perjuicios al su consejero Ramón de Manresa, a quien había donado el lugar . Aunque hay constancia de que algunos procedentes de Lorquí fueron vendidos .
A veces, algunos mudéjares fueron capturados por castellanos. Es lo que le ocurrió a Façén, un moro de la Arrixaca de Murcia, que en enero de 1301 todavía estaba prisionero en Lorca porque un clérigo del lugar, callando su origen, había solicitado a Jaume II que se lo donase. El pare de Façén, Mahomet, se presentó al rey, cuando se encontraba en Murcia y, llorando, le explicó el caso de su hijo, y el monarca ordenó liberarlo.

Que en Mula o en su distrito habitaba entonces un buen grupo de musulmanes, lo muestra también el hecho de que, mientras Bernat de Sarrià cercaba la ciudad, Jaime II autorizó al señor moro de Crevillén —lugar donde muchos se habían refugiado huyendo de la guerra— que volviesen los moros de la bastida de Mula para que defendieran su tierra . Este interés del rey aragonés por mantener la población mora se manifestó también en la concesión de algunas franquicias temporales de impuestos, para que no se marchase, ya que la población cristiana, especialmente en el ámbito rural, era muy escasa.

Tras la capitulación de Murcia, el 19 de mayo de 1296, Jaume II mantuvo la preeminencia y los privilegios de la familia ibn Hud, confirmando a favor de Abutzac ibn Hud, titular de la dinastía hudita, el 21 de mayo algunos de los concedidos por Alfonso X, como la justicia sobre los moros de Murcia, la veintena parte del almojarifazgo de Murcia y el derecho del mercado de las bestias. En el mes de abril de 1301 fue nombrado juez sobre los moros el arráez de Crevillén, Muhammad , emparentado con los ibn Hud.

El 13 de junio de 1296, el rey puso bajo su guiatge a los moros de Pliego y de Albudeite, pero esto no impedía las cabalgadas de los de Lorca, que luchaban de parte del rey de Castilla . Otra cabalgada del adalid Vicente de Jijona sobre Ceutí y Lorquí en el mes de mayo de 1296 produjo diversos cautivos moros. El rey aprobó la venta de los de Ceutí y Lorquí, pero no de los moros de Alguazas, porque el lugar pertenecía a su tía, la reina Violante, y porque la había concedido a su conseller Ramón de Manresa . El 19 de mayo, los moros de Alguazas obtuvieron guiatge para sus tierras y personas y para circular o residir donde quisieran del reino de Murcia . Cuando, un mes después se quejan de que no se les dejaba usar el agua según acostumbraban, el rey mando al regidor de Murcia que se la dejase usar según la costumbre . También obtuvieron favor por el proyecto real de fundar un monasterio al Real de Murcia dependiente de Santes Creus, por ser lugar que donaba al monasterio: en octubre de 1297 mandó al procurador que los moros del monasterio no fuesen obligados a contribuir al almojarifazgo de la Arrixaca de Murcia . La parte de Alguazas perteneciente a Ramón de Manresa obtuvieron el favor de no tener que acudir al ejército ni tener que dejar sus bestias. Además de la capital, donde se concentraba el mayor número de mudéjares, junto con Alguazas, Ceutí i Lorquí, eran en los lugares de las órdenes militares, especialmente los de la orden de Santiago, que, tras acatar obediencia a Jaime II, recibieron las mismas prerrogativas concedidas por Alfonso X.

En cuanto a las posesiones de los Hospitalarios, el castillo de Archena se mantenía rebelde a Jaime II en el año 1301, pero los moros habían aceptado su soberanía y refugiado en Molina Seca; por lo que el rey mandó a Bernat de Sarrià que se les restituyese el trigo y los frutos robados en una cabalgada. Firmada la paz con Castilla, el 8 de agosto de 1304, la mitad del reino quedó en poder de la Corona catalano-aragonesa, precisamente el territorio donde estaban los núcleos más importantes de sarracenos (las comarcas de Elche, Crevillén, los valles de Elda y de Novelda y las huertas de Orihuela y Alicante y sus morerías urbanas.

Una nueva e inesperada incursión del ejército granadino, en un momento en que se pensaba que había tregua, produjo incendios, pillaje y nuevas fugas de moros. A esto se añadió el desconcierto de la noticia de la paz con Castilla y de la división del reino. Muchos podían temer que al volver al poder el rey castellano, serían castigados per haber obedecido a Jaime II. Y así permaneció la población mudéjar murciana en los siglos XIV y buena parte del XV, siendo una «minoría», muy disminuida, de extremada pobreza y sin posibilidades de mejorar en su estado y formación, compuesta por braceros y colonos agrícolas, arrieros, y algunos artesanos especializados en la cerámica, la piedra, el vidrio, el hierro o el esparto. Si bien Torres Fontes distinguía entre las morerías de realengo, las más afectadas por aquellas desgracias, aunque también protegidas por algunos reyes a partir de Enrique II; y las situadas en señoríos o encomiendas de Ordenes Militares, algo más prósperas y abundantes.

Juan Sánchez Claramunt, señor de Ceutí, se quejaba en 1387 del exceso de pechos, causa de que sus moros «se son ydos a tierra del rey de Granada e a otras partes, e los que son ay quedados, son muy pobres». Manifestaciones semejantes se repiten desde los señoríos de Albudeite, Campos, Mula, Molina y Cotillas. Alcantarilla y Alguazas eran de abadengo, y pertenecieron a doña María de Molina hasta su muerte, dos décadas en la que los moros lucharon por mantenerse independientes del concejo de Murcia y de las intromisiones del alcaide de la Arrixaca y de los almojarifes reales. Una vez que pasaron a propiedad del obispo, fueron defendidos a ultranza, lo que les permitió mejorar sensiblemente, de modo que en el siglo XV cultivaban sus términos y penetran en la huerta de Murcia, superando las mil tahúllas, algunos con cincuenta y dos propias, y un total de sesenta y dos propietarios. También trabajan en la construcción de la catedral, y la Iglesia los protege con sentencias canónicas frente al concejo de la capital.

La trayectoria de los mudéjares pobladores de encomiendas militares siguen otra trayectoria. La más favorecida fue la Orden de Santiago, pues se extendía desde Segura de la Sierra y Yeste, pasando por Taibilla, Lietor, Letur, Moratalla, con la inclusión de la bailía templaria de Caravaca, Cehegín, Bullas, más Cieza, valle de Ricote, Aledo, Lorquí, y penetraba en la gobernación oriolana con la encomienda de Algorfa. A ella pertenecían también Pliego, algunas heredades murcianas, si bien había perdido Galera, Orce y Huéscar.
La Orden de San Juan, con Calasparra, repoblada a comienzos del siglo XV, y Archena, que lo fue con moros en 1462. Los calatravos no se asientan en Abanilla hasta el siglo XV. La de Alcántara administró Hellín, Iso y otras zonas cercanas. La del Temple, aunque fue la más favorecida de Alfonso X, lo perdió todo con su extinción.

En 1405 la mayor parte de los vecinos de Murcia estaban empleados en la construcción del nuevo alcázar y recolección de grana, por lo que los regidores de Murcia expusieron en la reunión concejil que hacía falta mano de obra para la vendimia y cavar y arrancar el lino, por lo que hicieron pregón para comunicarlo a los moros de Ricote, Campos, Albudeite y Abanilla, asegurándoles que «les non será fechas prendas por cosas que devan, e vengan salvos e seguros, asy de venida, como de estada, como de tornada».

El concejo denunciaba también que los alcaldes de sacas y guardas del almojarifazgo abusaban de su condición y fuerza robando y despojando indebidamente a los moros de sus bestias y cargas, que en el camino real castellano «destortollaban los moros e aun las moras, fasta fazer mostrar las tetas e aun su vergüenas, e que esto que era my grant desonra de la çibdat en consentir las dichas cosas, ende más a los moros que trahen a la çibdad trigo e çevada e leña e carbón e otras vituallas para mantenimiento e provisión de la dicha çibdat».
También se hizo un acuerdo para que la hueste concejil saliera a rescatar a unos moros indebidamente apresados por las guardas del almojarifazgo.

Durante la minoría de Juan II (1406-1419) se produjo un proceso de emigración de judíos o de su conversión a cristianos nuevos y hubo restricciones para los mudéjares . Alonso Yánez Fajardo II, señor de Alhama de Murcia, Librilla, Molina y Mula (de ésta desde 1420), consolidó su control del oficio regnícola (adelantado en 1424-1444), con el favor de Álvaro de Luna (valido de Juan II en 1419-1453), y pacificó Murcia, con beneficio de los mudéjares . A diferencia de Catalina de Lancáster y Fernando el de Antequera (regentes en 1406-1418), Álvaro de Luna tomó medidas favorables a los judíos, por lo que en Murcia se produjo una recuperación de su efectivos y de cristianos nuevos, por ejemplo de artesanos textiles, como también de mudéjares, a quienes Juan II confirmó (1420) la ordenanza concejil de 1411 con excepción de los ordenamientos de cortes de 1438 (año de guerra con el reino de Granada), y de los mudéjares se sirvieron tanto a Sancho González de Arroniz, a Alonso Yánez Fajardo II y a su hijo Pedro Fajardo Quesada (adelantado en 1444-1482), como a otros señores, para repoblar sus señoríos: La Ñora, Puebla de Cascales o Soto y Javalí . A Álvaro de Luna siguieron otros validos, los de Enrique IV (1454-1474): Juan Pacheco y Beltrán de la Cueva, periodo en que no aumentaron judíos y mudéjares, por las dificultades de las guerras civiles, como la expulsión de Alonso Fajardo el Bravo (1458-1461), el apoyo de Pedro Fajardo al príncipe Alfonso (1462-1465) y la que permitió consolidarse en el trono a Isabel la Católica, conocida como la guerra del marquesado de Villena (1475-1480). Esta produjo un gran cambio pues muchas de sus poblaciones pasaron a una gobernación de realengo, quedando pocas villas a Diego López Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona (el estado de Jorquera, que incluyó Jumilla).

Ladero Quesada señaló que, en los últimos años del siglo XV, aumentó el número de mudéjares, quizá como consecuencia de la pacificación de Castilla con la unión dinástica y por la conquista de Granada, hechos que permitían cierta afluencia de mudéjares granadinos y valencianos. Mientras que en 1463 se mencionaba la presencia de musulmanes en once lugares del reino, en 1501 están presentes al menos en veinticinco. De modo que en 1463, pagaban como servicio y medio el 17 por 100 del total de lo cobrado bajo este concepto en la Corona de Castilla, mientras que en 1501 será ya su valor relativo del 26 por 100. Y, mientras que en 1495 se pagaban 675 «pechas», en 1501 serán 782. Lo que nos muestra un incremento de población mudéjar, precisamente en los años inmediatamente anteriores a la conversión general al cristianismo.

Pero, mientras hubiera frontera, continuaban problemas, en a477 Abulhasán llevó a cabo una expedición contra Cieza el domingo de Resurrección y la arrasó, y se llevó la mitad de la población cautiva, dejando la otra mitad muerta; algunos cristianos permanecieron esclavizados en Granada, en el «corral de Cieza la desdichada», hasta su conquista en 1492. Abulhasán pasó también por el valle de Ricote y llevó consigo a todos los mudéjares, hasta que hicieron gestiones ante la reina Isabel en junio de 1477, para que se les otorgara seguro real a los moros y sus bienes, a los que se «fueron a vevir al regno de Granada y a otras partes, y los quales dichos moros se querrían volver».
Seguían dándose flujos y reflujos de los mudéjares en el seño del reino de Murcia: por las actas notariales del Archivo Histórico Provincial de Murcia se documenta que mudéjares de Hellín repoblaron Abarán (1489), así como por otras fuentes consta que algunos de Abarán fueron a vivir a Villanueva de val de Ricote. Hellín era parte del realengo del marquesado, que pasó al reino de Murcia, aunque se mantuvieron sus juntas.

En esas fechas, la mayor aljama urbana era la situada en la capital, con unos doscientos individuos a fines del siglo XV. Progresivamente, esta aljama pierde importancia y se diluye en la huerta murciana, pero van alcanzando mayor protagonismo las aljamas rurales, como las del Valle de Ricote, Abanilla, Pliego o Alcantarilla. Los vecinos de estos lugares de población mayoritariamente mudéjar vivían en el seno de su comunidad, con sus costumbres y religión propia, pero no vivían aislados del contacto con los pocos cristianos que coexistían en su población o en lugares más o menos cercanos. Las dos comunidades se influían mutuamente y no había diferencia étnica entre ellos.
En las encomiendas alejadas de la guerra civil y las escaramuzas nazaríes la prosperidad es mayor, y en la huerta de Murcia nacen señoríos menores con limitada o sin jurisdicción, fruto de la mayor seguridad, y la necesidad de productos para atender el aumento demográfico. No todos se consolidan, como Santaren, pero otros, como Cinco Alquerías, Puebla de Soto, La raya, Fortuna, la Ñora y Monteagudo, crecen y se benefician de nuevas cartas de población, de la mejora de las condiciones de regadío, desecación de marjales y cultivo de tierras yermas.
Los mudéjares alcanzan unas setecientas setenta y cuatro familias, o sea, unas tres mil quinientas personas. Murcia y su jurisdicción tiene 134 familias, con sólo 40 de ellas en la capital, pues a mediados del siglo la morería acoge tan sólo once familias, que luego suben a veinte. Entre 1475 y 1501 se avecinan un total de cincuenta y un nuevos vecinos procedentes del interior de Castilla, de Aragón, y, sobre todo, del reino de Granada, que se acomodaron en los señoríos de la huerta y en los de la Iglesia.

Iniciado el siglo XVI, los mudéjares de las aljamas murcianas abrazaron el catolicismo voluntariamente, como consecuencia de una mayor asimilación dada por el trato continuo con los cristianos. Es elocuente la nota del acta concejil de Murcia el día 26 de septiembre de 1501, cuando habla de los moros de Fortuna, que «todos los vecinos se han vuelto cristianos». Estos pasaron a ser los «nuevamente convertydos de moros a nuestra santa fe cathólica» llamados «mudéjares antiguos». Eran un grupo social distinto del integrado por musulmanes todavía no asimilados que vivían en el recién conquistado Reino de Granada, o aislados en señoríos valencianos, reacios a dar el paso de la conversión, que se vieron empujados a fingirla cuando se les obligó ante la disyuntiva del exilio. Estos últimos conversos son los «moriscos», oficialmente cristianos, pero de fe y sentimientos musulmanes.
Felipe II vendió villazgos (Mazarrón en 1572 ), erigió los corregimientos de Chinchilla (hoy provincia de Albacete) y San Clemente (Cuenca) en 1586 , y reorganizó las encomiendas santiaguistas del reino de Murcia, en las que primero nombró un alcalde mayor residente en Caravaca con jurisdicción en la encomienda de Ricote y después instituyó concejos en el valle de Ricote, como el de Blanca , en ejecución de la desamortización (1572) y venta de los señoríos eclesiásticos de Alcantarilla, comprada por Lázaro Usodemar (1580), y Alguazas, convertida en villazgo (1590) , y los de órdenes militares, pues además era maestre de cada una de ellas.

Miembros de estos grupos moriscos fueron afincándose en el reino murciano durante el siglo XVI, prefiriendo registrarse en ciudades necesitadas de mano de obra para los oficios o la agricultura: Murcia, Lorca, Caravaca, Albacete, Hellín, etc. El 17 de octubre de 1609, en plena expulsión de los moriscos de Valencia, el concejo de Murcia envió una serie de peticiones al rey pidiendo que no se expulsara a los moriscos murcianos, con argumentos de tipo religioso y económico. Don Luis Fajardo envió una carta al rey el 16 de enero de 1610, antes incluso de la publicación de los decretos de expulsión de los granadinos, para saber «si se a de entender el bando con los que llaman mudéjares, que son unos moriscos que a muchos años que traen armas y se tratan como cristianos viejos…».

El 17 de enero de 1610, don Luis mostró al corregidor Pedro Arteaga y al concejo murciano la cédula real para la expulsión de los moriscos. Los mudéjares se libraron entonces: el 28 de enero el Consejo de Estado se reunió para resolver las dudas que planteaba Fajardo sobre su expulsión. Se acordó que la cuestión de los mudéjares era materia para la Junta de Teólogos y se respondería cuando se hubiera resuelto. Estos mudéjares eran prácticamente desconocidos para la Corte, donde los consejeros reales estaban alarmados por los enfrentamientos de décadas atrás en Las Alpujarras y la Sierra de Espadán, y se dejaban influir por el duque de Lerma y otros intolerantes del Consejo. Tras argumentos a favor y en contra, a inicios de 1614 también fueron expulsados, para así «perfeccionar la expulsión

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