Antonio de los Reyes. Desde que el mundo fue poblado por humanos, y éstos se vieron desamparados a consecuencia, principalmente, de los cambios climáticos: lluvias, tormentas, granizos, sequías, terremotos, plagas, enfermedades, epidemias… y más adelante, de las dificultades y enfermedades de la caza, pesca, recogida de raíces, frutos silvestres, sembradura de plantas y cuidado de animales, para él estos fenómenos resultaban incongruentes y su búsqueda para encontrar paliativos le resultaba desesperante. Ello le llevó a pensar que debían de tener un origen supra humano, un ser superior creador o mejor hacedor, que permitía que así fuesen las cosas. Desde entonces el hombre sintió la necesidad de suplicar clemencia, pues según él, todo procedía de su mal comportamiento y falta de reverencia hacia tal señor, a quien debía adorar ya que tenía en su poder el remedio de sus males. Buscando a ese todopoderoso lo encontró en el sol, la luna, la posición de los astros y estrellas…
Llegar a ellos no era camino fácil. Buscó, a través del arrepentimiento de sus males, y en la plegaria, la petición de clemencia. Creyó necesarios las ceremonias y ritos adecuados a cada momento y circunstancia. Pronto contó con colaboradores que se autodefinían mediadores de la divinidad (el chamán, mago, hechicero) presumiendo de tener la virtud de poder dialogar con ella o, al menos, conseguir resultados casi siempre favorables y condenar a los entes maléficos causantes del dolor humano. Se servían de sencillas fórmulas, jaculatorias, cantos, bailes, procesiones… desarrolladas en grupos o individualmente.
Su poder acabó organizándose y estructurándose y en cierto momento comenzó a servir para llamar la atención, e intervenir, en la gestión de aquellos que mantenían la convivencia entre los miembros del grupo, tribu o clan. Idearon la religión, con oraciones, jaculatorias, rezos… y le agregaron procesiones a lugares más o menos sagrados, templos, para conseguir la intercesión de sus dioses en los sucesos que pudieran ser maléficos o perjudiciales para la tribu o comunidad y espantar al ser infernal. Y llegó, como no podía ser menos, la salvación del alma humana, con recompensa después de la muerte.
Así funcionaron entre las tribus más primitivas: chinos, indos, asirios, egipcios, griegos, romanos, judíos… La Biblia lo deja claro afirmando que los pecados de los hombres desatan la ira de Dios que los castiga dañando mieses, viñas, olivos, árboles, huertos, hierbas y otros frutos de la tierra. El demonio es el causante de enfermedades y plagas.
La iglesia católica adoptó, o mejor acogió, esas viejas costumbres. Amparó las sencillas creencias populares y en ciertos casos, hubo de tomarlas como posibles soluciones. Dependiendo del éxito las admitía como prodigios y, a veces, como milagros otorgados por la divinidad o sus santos. Para ello necesitaba abogados o intermediarios en el Cielo de más profundo valor espiritual que chamanes, curanderos y visionarios, y oraciones apropiadas.
La Rogativa
La rogativa (súplica, oración con el listado de todos los santos, que tras ser nombrados uno a uno, por el sacerdote contestan los asistentes con ora pro nobis) es la oración pública hecha a Dios para conseguir el remedio a ciertas calamidades o diversas necesidades de los hombres, principalmente por los frutos de la tierra y el trabajo humano. También en ellas se da públicamente gracias a Dios, como recomienda la Conferencia Episcopal.
Ya se celebraban en época de los romanos. La Robigalia, en honor del dios Robigus. Los labradores recorrían en procesión los
s era bañada, en estatua, en el rio Gallos todos los años para garantizar la lluvia. Más adelante, el cristianismo, lo que hace con la Cruz en Caravaca o con el lignum crucis en Abanilla, al igual que en Navarra con las aguas pasadas por la calavera de San Gregorio Ostiense con la que hisopaban los campos. Tanta importancia alcanzó esta reliquia que en 1756, el rey Fernando VI decretó recorriese todas las regiones españolas afectadas.
La rogativa o letanías mayores o romanas la instituyó san Mamerto, Obispo de Viena, en el siglo V para conmemorar la entrada de San Pedro en Roma y San Gregorio Magno las centró en el 25 de abril de 590, día de San Marcos para la protección y buena guarda de cosechas abundantes.
En la Roma católica, los tres días anteriores a la Ascensión, celebraban las conocidas como letanías menores, o galicanas, preparatorias para unas siembras abundantes.
Los calificativos de mayores y menores sólo sirven para distinguir unas de otras. Si bien tienen la misma finalidad, su diferencia está en la temporalidad, puesto que son días en que la Iglesia ora pidiendo por las necesidades, los frutos del campo y el trabajo de los hombres.
El Papa y los obispos pueden prescribir las rogativa pero han de figurar como actos extralitúrgicos. Así lo hizo el obispo de Cartagena-Murcia en 1729 ante los continuos terremotos, autorizando rogativas, procesiones, novenas y misas. También los reyes pedían al pueblo que rogase por ellos, por sus guerras y enfermedades. En 1700, Carlos II, «por la salud de S. M.» En 1788 por «el parto de la princesa de Asturias». En 1804 el Consejo de Castilla las pidió en todo el país por la situación nacional (Guerra de la Independencia) y 1859 «para que nuestras armas salgan victoriosas».
La última rogativa en el obispado murciano, ad petendam pluviam, tuvo lugar el 9 de septiembre de 2006 delante de la fachada de la catedral de Murcia. El presidente del Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura, solicitó del obispo de rogativas a la Virgen de la Fuensanta ante la «grave situación de sequía que padecía la Región». La Virgen salió a la puerta principal con el manto de color morado de penitencia.
Y para lluvias torrenciales las caídas en la vega de Murcia el día de San Lucas, en 1545 derribando cientos de casas e incluso motivó el cambio de emplazamiento de poblaciones como Alguazas o Alcantarilla hacia lugares más altos.
En Molina de Segura, en 1670, como las disposiciones legales prohibían las romerías y rogativas en las ermitas fuera de la población, trasladaron la imagen de la Virgen de la Consolación, «con la decencia que le corresponde,» hasta la Iglesia parroquial para que, acompañada del patrón San Vicente mártir, (que dispone de altar propio en la iglesia), recorrieran las calles del pueblo en andas con los fieles vestidos de luto.
Carlos III, en 1777, prohibió las procesiones de noche: «ni se permitan penitentes o disciplinantes y aspados en las procesiones de Semana Santa, la Cruz de mayo y rogativas». Fue año de fiebre amarilla y langosta que llevaban «un ruido sordo que produce espanto» y «ocultaban el sol».
E n 1781 la epidemia de tabardillo mató al alcalde de Molina entre otros.
Las rogativas por causa de los terremotos se realizaban en la iglesia o alrededores. Y a veces se unían las dos intenciones (sismos y falta de lluvia) como ocurrió en Molina de Segura el 29 de diciembre de 1755, (recordamos el terrible de Lisboa el 1 de noviembre de ese mismo año) que provocaron quebrantos en las casas, y por ello, «haberse puesto sus habitantes tristes y afligidos… considerando que era el último día de su vida». Tales fueron las sacudidas que las autoridades civiles pidieron «que se aga unas novena de onras a la Sra. de la Consolación y Señor San Vicente, Para que se aplaquen los terremotos». Pasaron a la ermita de la Consolación: «señora muy milagrosa por aver sido traída a dicho sitio, según tradiciones antiguas, por una avenida del rio Segura, y siempre en otras calamidades y faltas de agua… ha experimentado singulares y privilegios». Procesionaron a la Virgen hasta la parroquia, donde ya estaba san Vicente mártir. Y celebraron un novenario de misas. Aprovecharon para solicitar a la vez, lluvias. Las arcas municipales costearon los gastos de iglesia y ceras para la decencia de las imágenes. Y que así se comunicase por carta al marqués de Villafranca y los Vélez, señor de la villa.
Sus fechas
Es evidente que las rogativas no pueden celebrarse en días fijos ni tener la misma finalidad; por eso las Conferencias Episcopales regulan su celebración, ante la solicitud de las autoridades civiles. Ya el 13 de octubre de 1718, la Corona, por Real Cédula Instructoria, dejaba la competencia de realizar rogativas a las autoridades municipales, (el buen funcionamiento de la procesión) mientras la Iglesia se encargaba de la actividad litúrgica (organización y preces).
Las plagas, (calamidad grande que aflige al pueblo) consideradas causa de los pecados de los hombres, afectaban principalmente a los cereales, viñas y olivos. La formaban la langosta, gorgojo, pulgón, gusanos, roedores, pájaros, lombriz, orugas, palomilla… que el hombre no sabía cómo eliminar. Pero para ello estaban las rogativas, los hechiceros y los arrepentimientos.
Cuando la plaga afectaba a varias localidades y aún nacionales, como en 1709, la Corona solicitaba rogativas generales en el país «pidiendo a su Divina Majestad temple el castigo tan merecido de nuestras culpas, que son causa de las plagas». Algo parecido fue en 1833 que cumplimentando una Real Orden, hubo de celebrarse rogativas en todos los obispados pidiendo remedio contra el cólera morbo.
También había rogativas preventivas. En 1677 las celebraron en Molina, a san Roque y Virgen de la Salud «por el mal contagioso» en otras localidades, para que no llegase a Molina.
Su lugar
Las rogativas, según la gravedad, suelen celebrarse: bien en el interior del templo parroquial, exponiendo reliquias o imágenes de santos, acompañadas de rezos, novenarios, letanías, oraciones y misas o aplicando un novenario a los patrones, y un breve recorrido por el interior del templo; o bien desde las torres eclesiales, por los huecos dejados entre las campanas que están instaladas hacia los cuatro puntos cardinales, rociando con agua bendita a población y campo. A mayor importancia se celebraban procesiones públicas con reliquias e imágenes de santos, saliendo a sus alrededores o desplazándose a los lugares adecuados con arreglo a la solicitud –campo, montes, bancales, huertas, secanos…- siempre procurando que sean miradores amplios que abarquen la mayor cantidad de terreno afectado. En Molina, subían al Castillo si el problema estaba en la huerta o a las Eras, hoy colegio e iglesia, si era el pulgón u otras plagas en los campos.
La ceremonia
Los días de rogativa son de penitencia, oraciones y cánticos. Cuando hay procesión, los sacerdotes se revisten con las casullas o capas moradas. Los fieles forman dos filas siguiendo a la cruz alzada, recitando preces especificas contenidas en el Ritual, relativas a peticiones de lluvia para los campos, pan para cada día, abundancia de cosechas, fecundidad de los rebaños, contra el pedrisco o tormentas malignas, lluvias torrenciales, petición de cosechas, fecundidad de los rebaños, terremotos, pestes, epidemias… El sacerdote recita la letanía de todos los santos a la que los asistentes contestan con el ora pro nobis. Se acompañan de otros cantos religiosos (canto llano, el realizado en castellano para que lo entendiesen todos) o, según otra costumbre, componen o improvisan coplas relacionadas con la motivación solicitada, dirigidas a virgen o santo al que se pedía la clemencia, como las referidas al motivo causante del mal y a elogiar y alabar a quien va dirigida la súplica. Dirigen sus preces al patrón o patrona del lugar, que, si se venera en una ermita o santuario próximo, requiere el traslado de la imagen a la parroquia en solemne procesión. Precede, en las dos ocasiones, la cruz procesional entre velas, estandartes e imágenes, seguidos de los fieles en doble fila. En el templo el órgano no suena. Sí repican las campanas parroquiales. Los fieles están obligados a guardar ayuno y toda clase de abstinencia, y en algunos casos, ir de lutos y descalzos, según recomendación del párroco o autoridad religiosa competente. No se trabaja en los campos ni en oficios y comercios… Al final de la procesión celebraban, o celebran, una misa en el templo.
En el siglo XVII, como en todo el Reino de Murcia, abundaron las sequías, pedriscos, lluvias, langosta («cubrían el cielo como si fueran nubes» 1638) que llevaban a la población al hambre.
En 1648 la terrible peste, (que en Molina mató a alcalde y regidores locales entre otros, la población quedó reducida a 40 vecinos) hizo que en todo lugar hubiera rogativas, principalmente, ofrecidas a san Sebastián y san Roque. Cuentan que en Murcia un penitente desfiló con el cadáver contagiado de un familiar a cuestas.
El Obispo de Cartagena, Manuel Ureña, en 2003, envió a las 291 parroquias un comunicado «para que se levanten sus oraciones a Dios con el fin de que nos otorgue el don del agua ya que los agricultores son creyentes y a Dios hay que pedirle las cosas». Y otro a los fieles para que en la comunión rogasen por las lluvias. Era la respuesta a la petición del presidente del Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura de Alicante, Almería y Murcia, que alegó: «somos creyentes y tenemos fe; la fe mueve montañas, y los regantes siempre miramos al cielo esperando que llueva, y más en un momento tan preocupante como éste».
La prensa de esos días escribió: «Si las predicciones de los meteorólogos se cumplen, la lluvia llegará a la Región antes de que comiencen los rezos por el agua».
Claro que años antes, el obispo Sanahuja y Marcé, cuando los solicitantes de una rogativa acudieron para su autorización, no sin cierta ironía y asomándose a un balcón, tras contemplar detenidamente el cielo, dijo a los presentes que hicieran lo que gustasen, pero que «no está para llover».
En Molina las últimas rogativas celebradas periódicamente en el mes de octubre, alcanzaron a los años sesenta del siglo pasado, con don José Escámez como párroco. Procesión desde la iglesia hasta lo alto del castillo con la cruz alzada y agua bendita y la letanía de los santos que pronunciaba Juan Sandoval, el sacristán, y vuelta a la parroquia.
Actualmente estos rituales han desaparecido ante la competencia de las previsiones del Instituto Nacional de Meteorología, las vacunas y los insecticidas, que apagan entusiasmos y ahogan esperanzas.
El actual obispo reza a la Fuensanta en estos domingos del coronavirus.
Las Témporas
Similar a las rogativas eran las llamadas témporas, por realizarse al inicio de las estaciones (de ahí las «cuatro Témporas» o tiempos). Su origen se busca en el mismo de las rogativas en el siglo V, en conexión con la vida agrícola y el ritmo de las estaciones del año. Se celebraban para prevenir y preservar las cosechas: en la primera semana de Cuaresma, los miércoles, viernes y sábado, con ayuno y oración; en la semana después de Pentecostés; los días siguientes al catorce de septiembre (Exaltación de la cruz), y en Adviento. La última reforma del Calendario la Conferencia Episcopal señala fechas y contenidos. Así ha acordado que se celebren al inicio de las nuevas actividades escolares y sociales después del verano y de las cosechas, el 5 de octubre y dos días más de la misma semana, siempre que sea posible. Se pueden celebrar en un solo día o en tres. Si el cinco de octubre cae en domingo se pasa al lunes.
Con igual significado en Molina se celebraba la tradicional bendición de los campos que tenía lugar el día 3 de mayo con tañido de campanas, misa y procesión hasta las Eras.