Antonio de los Reyes. La aparición de lo que hoy llaman pandemia y en otras ocasiones eran simplemente epidemias. Temibles epidemias. Me invita a repasar un rosario de ellas que acongojaron a Molina en muy diversas ocasiones.

Es un repaso rápido, muy difícil de completar y detallar. Por un lado, las actas capitulares solían silenciar esas ocasiones y solo cuando podían servir para evitar pagan o aplazar impuestos se hablaba de ellas. Los datos que aporto son los encontrados en los libros parroquiales. Incompletos puesto que solo remiten a los enterramientos y sus posibles causas con arreglo al certificado médico.

De todas formas, considero curioso e interesante recordar hoy lo que fueron las epidemias en Molina.

La primera epidemia sobre la que tenemos alguna relación fue la de 1348: La peste bubónica. Su llegada a Murcia está sin determinar, aunque se sabe que duró hasta 1352, según diversas cartas reales.

De menor identidad fue la de 1379, pero si un buen caldo de cultivo, producidos por los enfrentamientos entre familias, arrasamiento de tierras y presencia musulmana.

Más importante fue la peste negra de 1395. Sabemos de ella por la muerte del adelantado Alonso Yáñez Fajardo I, en Molina, el año en que venía a posesionarse de la villa cedida por el rey, alargándose hasta 1396. Ocasionó la muerte a más de la mitad de la población. Molina se vio seriamente afectada.

Ilustración de varios ciudadanos muertos o agonizantes por la peste.

Es digno de tenerse en cuenta la gran pobreza de Molina. Por un lado, la peste que mermó considerablemente la población; la sequía pertinaz, y las plagas que, como consecuencia de todo esto, abundó en aquellas fechas. De ahí que en todos estos escritos hablen de la desaparición de la mitad de los habitantes.

La de 1489 recibió la “ayuda” de las malas cosechas, producto de una larga sequía, que ocasionó hambrunas en todo el reino. El recuerdo de las terribles epidemias anteriores hizo huir de Murcia hasta a las autoridades, de tal manera que en enero las sesiones concejiles se celebraron extramuros de la ciudad en las eras de Molina.

Esta población tampoco se vio libre de Ia pestilencia hasta el 25 de agosto en que escribieron a Murcia solicitando que levantasen la prohibición de entrar sus vecinos en la ciudad, dándola por acabada.

En el siglo XVI, intermitentemente y con diversa fuerza, aparecieron varios brotes. Así ocurrió en 1508. Mas notable fue la de 1559 que obligó al obispo a desplazarse a Mula, librándose de ella. Al parecer se originó en la huerta afectando a aquellas poblaciones que tenían riegos.

La de 1599, extendida por España, llegó a Cartagena a mediados del año, implantando un fuerte control sanitario de entrada en la localidad, que se prolongó varios años. Al parecer no afectó a otras localidades.

No hare referencias a las fiebres palúdicas por considerarse endémicas en la región.

La terrible epidemia de peste bubónica de 1648, que alcanzó a todo el reino, afecto severamente a Molina asolándola. Se llama también levantina o valenciana, era una enfermedad infecciosa, febril, caracterizada por bubones (tumor purulento y voluminoso) en diferentes partes del cuerpo y que producía con frecuencia, la muerte. Levantina por haber provenido las más de las veces de los países orientales. En esta ocasión se consideró que entró por Valencia en 1647, procedente, acaso, de Argel.

La llegada a Molina, y según acta capitular de 27 de noviembre de 1648, fue a caussa de averse puesto el grano de trigo en la cassa de la compañia de Jesus extramu ros desta villa y otros socorros de alimentos y medicinas para la ciudad de Murcia este presente año. Viniendo por ellos se pegó el mal de peste y contajio en esta villa estando sana y guardada con mucho cuidado.

Tal fue su virulencia, que “murio mucha summa de jente, y aunque algunos se retiraron muchos de ellos murieron con que dejaron en ella ocho o nueve vecinos y algunos de ellos enfermos de dho mal” que forzó al Concejo, a no cobrar a partir del ocho de junio siguiente, las alcabalas, debido a la “cortedad” de los vecinos, unos cuarenta -solo doce eran contribuyentes- destacando no poder hacer usso del meson estramuros de esta villa por haberlo fecho ospital.

Pedro Valcárcel Pagán, alcalde el año anterior y Fulgencio Pérez de Aledo de este, murieron como consecuencia del contagio y hubieron de ser sustituidos

en “tenencia” por Matheo de Raya Gómez. De los cuatro regidores quedaron Belmar Ortega y Benito Parras “sin haber mas por culpa del contagio.

Mas interesante es el largo acuerdo tornado el 8 de julio del mismo año, por el cual el concejo alega que:

siendo mas de doscientos beginos no quedaron quarenta de la enfermedad del contaxio la mayor parte de becindad y los demas de gente tan pobre que si no lo trabaxan a cosas del canpo no pueden sustentarse… ademas de la mortandad se conpone de que los años antecedentes al de quarenta y ocho fueron mui esteriles de frutos, ser losmantenimientos de bino y came, aceite, binagre, frutas y berduras y demas cosas de acarreo tan caras y subidos precios, que con la falta del dinero no tubieron sustento… se sigue de que en esta billa no ay trato ni contrato ni cosechas si tan solamente trigo y seda y estos, por las esterilidades, ser tan poco y asimismo aber tan pocos becinos heredados que no Ilegan a diez con hacienda raices ni condales.

Lo que provocó que muchos molinenses se fueron a vivir a otra parte.

Siguen las lamentaciones asegurando tener solamente

mil tahullas que estan cargadas sumamente de censos y pias memorias y capellanias sobre las que caen los serbicios reales de su magestad; mientras que 4.400 pertenecían a la Compañía de Jesús, San Antonio de Padua, Santa Clara, frailes de san Agustin, convento de el Carmen, vecinos de la ciudad de Murcia y demás lugares. Los molinenses eran arrendadores y medieros. Dicen que no solamente an padecido y padecen las miserias referidas y que tambien estan distraidos de su ropa de bestir y camas por aberselas quemado… por la purificacion del contaxio… y hasta los edificios de casas lo estan mostrando que se an caido.

Es una descripción muy realista pues sabemos que la lucha contra la epidemia se llevó a cabo quemando todo lo habido y por haber.

Se aislaban las casas donde había algún contagiado y cuando este moría quemaban sus ropas, camas y utensilios utilizados, y al final concluían quemando también las viviendas.

En las plazas públicas y cruces de calles provocaban incendios alegando la purificación del aire mediante grandes llamas, pues pensaban que la transmisión de la enfermedad se hada por ese medio. Añadamos a ello la esterilidad de los campos y huerta por la falta de agua.

1676 en Cartagena la peste, intermitente, llega hasta 1679. Fue la peste levantina que entró por dicho puerto afectando seriamente a localidades como Mula; pero no hay referencia sobre Molina. La reacci6n fue contra la plantación de arrozales, acusándolos de la epidemia y por ello insistieron en la prohibición de su sembradura.

A primeros del año 1766. hubo sintomas de epidemia (accidentes malignos que cada día van infectando más). En diciembre hubo terremotos, que se dejaron notar, el día tres, entre las cuatro y las cinco de Ia madrugada.

En 1800 padeció la localidad una fuerte epidemia de calenturas llamada “estacional”, que se llevaba al enfermo en tres días Era una agravación de las tercianas, mal endémico que, ni suprimido el cultivo del arroz al que se acusaba del mal, ni el de la barrilla ante su bajo precio, consiguió la total desecación de los almarjales y sargales donde el agua estancada recriaba mosquitos. Sabemos de ello porque abrieron en Molina expediente at cirujano, don José López Sandoval, que lo era desde 1797, por no atender debidamente a los vecinos. La consecuencia del expediente fue su cese.

1802 apareció el cólera morbo, que aumentó considerablemente en 1811 con 340 casos. Lo anterior sirve para demostrar que el cambio de siglo, en sus fechas iniciales, apenas supuso una simple anécdota en la vida cotidiana en Molina. Añadamos a estas calamidades la hambruna ocasionada por la pertinaz sequía, el saqueo de los franceses, el abastecimiento de las tropas españolas, las enfermedades, el bandolerismo… Aun así, en el transcurrir del siglo varios acontecimientos motivaron cambios sustanciales en la vida, basados en la aparici6n de las constituciones liberales.

Volvieron a surgir las hogueras públicas para defenderse de la fiebre amarilla, de origen africano, que llegó por el puerto de Cartagena en los años 1811 dejando 340 muertos.

La terrible del cólera de 1834 con 101 fallecidos, que repitió en 1854 y fue combatida con sanguijuelas, o 1865 con 177 defunciones. Y la de 1890.

Pascual Madoz, 1850, en su Diccionario hacía constar que las enfermedades más frecuentes en Molina eran las tercianas o intermitentes.

En 1852 el cólera registró 108 muertes, 69 fueron de infantes; de ellos 24 de alferecía, enfermedad infantil (convulsiones y perdida del conocimiento). Murieron de pulmonía 37 adultos y del tabardillo 7 (no se consideró epidemia pues fueron separadas en el tiempo, como las de 1727 y 1781). De perlesía (temblores y privación del movimiento, enfermedad de los mayores) fueron 3, sigue llamando la atención el alto número de personas que sobrepasaron los sesenta, setenta y aún ochenta años. Contándose alguno con más de noventa.

Fue 1853 año de mortandad a causa de la epidemia del cólera. Y 1864 de sarampión con 35 casos: mayo (6), julio (8) y agosto (11) los más graves. Lleg6 al mes de noviembre con los dos últimos. Contrastó la aparición de la llamada atrofia mesenterica, o paralización intestinal, que, de confundirse con las infecciones intestinales, gastroenteritis y otras, daría un número elevadísimo de muertes en este año. De la atrofia he encontrado, a partir de mayo, 2 casos, siendo con su etapa más aguda en los meses de julio y agosto, coincidiendo con el sarampión de los niños. Si sumamos las muertes señaladas, 57, y las totales la cuenta es la siguiente: enero 20, febrero 15, marzo 5, abril 9, mayo 14, junio 22, julio 29, agosto 35, septiembre 24, octubre 13, noviembre 10 y diciembre 11. La conclusión es la incidencia importante de los meses del verano en las enfermedades intestinales. La mortandad en todo el año fue de 177 contando con los numerosísimos niños que fallecieron, cosa habitual en aquellos años (casi el 50% de los nacidos, la mayoría de ellos por infecciones a los pocos días o meses de nacer). De unos 6.500 habitantes, (3.150 en el casco de población) 273 fallecieron. En total el 2’65 por ciento de habitantes.

Los médicos eran un quebradero de cabeza, pues en 1857 nombraron a D. Ruperto Miralles y a D. Pedro José Latorre facultativos y a D. José María López por cirujano, según las bases establecidas el año

anterior, siendo alcalde primero Esteban Linares, (segundo Fulgencio Soriano y Mateo Soriano secretario aunque en el mes de setiembre firma como tal Valentín y Forcada, empleado de la Diputación Provincial). Sus salarios, además de las igualas (cantidad anual aportada por cada vecino según su capacidad económica), era de dos mil reales del municipio sin derecho a cobrar nada más, ni aún en caso de epidemia. No quedaron muy satisfechos pues en 1861 se quejaron de cobrar poco por lo que abandonaban pronto el puesto. Molina se mantenía durante meses sin atención médica; por ello el concejo acordó elevar el salario en 2.000 reales más.

En 1910 el inspector de sanidad, Mariano Camacho, escribió a la Corporación manifestando que: “ante las anormales circunstancias higiénicas por las que atraviesa esta población y los temores fundados de que se tienen de que la epidemia de cólera morbo asiático que merodea por algunos puntos de Europa, haga sentir entre nosotros sus desastroso efecto, y ubicada Molina en la ribera del río y en la parte baja de urbes tales como Calasparra, Cieza, Abarán, Archena, Ceutí, Lorquí y Alguazas… de la que se recibe todos sus productos excrementicios agravada por la impurezas de ciertas industrias como la de maceración de espartos, por el cultivo del arroz y por detritus altamente infectivos, como los dependientes del establecimiento balneario de Archena”.

Alude también al paso de las acequias por el casco de Molina, principalmente la que viene desde Archena por núcleos densos de viviendas recogiendo los imaginables elementos de impureza.

Habla de la Fuente Setenil cuyas aguas “están exentas de microorganismos patógenos; abastece a todo el vecindario del campo, y ser de excelente calidad según la prolongada observación que se lleva a cabo desde el año 1893”.

Encargaron a una comisión de aguas que se ocupase urgente y preferentemente del asunto, ordenando al facultativo que proyecte la conducción del agua, para que la municipalidad pueda realizar cuanto antes la ansiada y utilísima mejora.

La epidemia más grave del siglo XX fue la de la gripe de 1918. Se inici6 el doce de setiembre, en Ia calle Cánovas con tres casos. Sus fechas más importantes fueron del 12 al 26 de octubre aunque se registraron casos el 14 de noviembre. Último día fue también en la calle Cánovas, la más castigada, siguiéndole, ya entrada la epidemia, la Garrucha. Afectó principalmente a las edades medias (20-40 años) y a 23 párvulos. Solo uno de 65 años, al resto de los mayores se les dio muertos por “senectud”. La epidemia se llevó 87 enfermos de las 289 muertes a lo largo del año. De ellos 150 eran párvulos y 139 adultos. ntre los niños hubo 7 casos de sarampión y seis de meningitis, y las más frecuentes por gastroenteritis, tetanos y desnutrici6n. La proporción de fallecidos fue del 2’65 por ciento.

Últimamente el coronavirus…

Y, en la lejanía, hay otras que quiera Dios no acudan por estas tierras.

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