En sus manos agrietadas, de líneas de plomo fundido y matrices de linotipia, tenían la tranquilidad o indignación de muchos lectores. Porque bastaba un descuido de los cajistas o un lapsus de los correctores para que apareciera sobre el papel la inevitable errata que, días más tarde, originaba una disculpa del periódico, a menudo encabezada por la frase: “Por un lamentable error…”.
Los gazapos periodísticos aderezan la historia de la prensa, sin distinción de clases ni economías, credos religiosos o políticos. Esto sucedió en 1926, cuando El Liberal, haciéndose eco de un atentado acaecido en Mula, publicaba que “estas injusticias que quieren cometer se estrellarán en la inquebrantable honorabilidad y deber de justicia de nuestro competentísimo juez”. Sin embargo, a renglón seguido añadía que el magistrado debe ser “el primero en dar ejemplo y de esta forma se evitarán muchas cosas”. Unos días después, el diario aclaraba que la última frase correspondía a otra información.
Las erratas, de no mediar la mala fe del cajista, se producían por simples despistes. Y no eran tan frecuentes como pueda parecer. De hecho, el sistema de impresión resultaba tan complicado que sorprende no encontrar más gazapos en los papeles periódicos. El redactor escribía su noticia y la trasladaba al taller, donde volvía a componerse en linotipias, enormes máquinas que transformaban en letras de plomo el texto. Los párrafos aparecían en negativo, al revés.
Entonces, se montaban sobre un rectángulo metálico del tamaño de la página y se obtenía una prueba, ahora en positivo, que repasaban los correctores. Y vuelta a empezar. La página de metal se incrustaba en una de cartón que, a su vez, volvía a estamparse en una pieza de plomo con forma y nombre de teja, que finalmente se incorporaba a la rotativa. Tan complejo proceso parecía idóneo para toda suerte de erratas.
En 1941, el diario La Verdad cubrió una imposición de condecoraciones en Cartagena, a la que asistió el agregado naval de la Embajada de Alemania. Al día siguiente, los murcianos quedaron estupefactos al leer que, haciendo referencia a unos marinos asesinados a bordo de un barco, el agregado explicaba que, “como durante la Guerra Civil, acompañaron y asesinaron a sus hermanos supervivientes”, cuando debía decir “acompañaron y asistieron”.
En muchas ocasiones, la errata podía causar auténticas revueltas. En 1936, al inicio mismo de la Guerra Civil, El Liberal publicó un artículo donde se destacaba que “la brisa no llegaba a la frente de los traidores”. Se refería a los trabajadores. Otras veces, el error tipográfico sólo despierta la sonrisa. Así, en la sección de contactos de La Verdad se anunciaba Carla, una modelo canaria, “nueva en Murcia”, con “120 pechos”. O bien faltaba la preposición o sobraban senos.
El presidente de la Federación de Padres y Alumnos de la Región, en un interesante artículo sobre los retos educativos publicado en 1987 por La Verdad, proponía “conjugar los avances socialistas y tecnológicos de la sociedad”. Fue necesaria una fe de erratas donde aclarar que el presidente se refería a los “avances sociales”.
Contaba Carlos Valcárcel, cronista de la ciudad, el caso de una nota que debía publicarse con la fórmula tradicional para anunciar los bautismos: «De manos del padre, reverendo don Fulano, cura párroco de Tal, ha sido administrado el sacramento del bautismo al niño nacido días antes del matrimonio compuesto por tal y cual». Sin embargo, la nota decía: “De manos de su padre, el reverendo don…”. Huelga recordar el disgusto de la familia, sólo superado por el que padeció el buen cura.
El error en las cantidades también origina curiosos malentendidos. Una información anunciaba que “en España hay 2.208 millones de funcionarios”. Y añadía que tal cantidad “no es argumento suficiente para negarles una subida de sueldo”. Tampoco tenía desperdicio la información de un registro de la Policía a una detenida, acusada de un hurto, en cuyos bolsillos los agentes hallaron “7.000 pesetas en billetes de 100 y 500. Luego, en el registro de su casa se encontraron otras 57.000 personas”.
En 1977, La Verdad daba cuenta del mal estado del sector del tomate, que podría arruinar en la Región de Murcia “a tres agricultores”. En realidad, los expertos calculaban que la crisis afectaría a tres mil y la errata, según el diario, “fue obra del inevitable duende de las linotipias, que esperamos sepan excusar nuestros lectores”. El mismo duende sería el responsable de otro gazapo igual de divertido: “Se da a la fuga después de una reyerta con un muerto”. Y de otro más: “Mañana empieza la huelga de médicos y enfermos”.
La Verdad, el 3 de febrero de 2000 titulaba así un artículo: “Título de técnico de prevención de riesgos de UGT para 70 alumnos”. No pocos se preguntaron cuáles eran los riesgos que tenía el sindicato. De entre las erratas más curiosas de los últimos años figura la noticia de la apertura de una exposición en 1987, a la que asistió “la viuda de Francisco Salzillo”. Y eso que llevaba muerta tres siglos.