Si resulta cierto que un meteorito destruirá la tierra en el año 2012, como advierten los defensores de las teorías mayas del fin del mundo, podemos ahorrarles a los científicos el ingente trabajo y desvelo de calcular el lugar exacto en que el pedrusco se estampará. Será en Murcia. Porque a los asteroides parece encantarles esta tierra.
Durante siglos ha sido una pista de aterrizaje codiciada para cuerpos celestes desbocados. Parece una exageración, pero no demasiado grande. De hecho, desde los inicios de la prensa periódica local, con el Correo Literario, se viene documentando la llegada de cientos de aerolitos (de aeros, aire; litos, piedra).
El mayor meteorito ‘español’ registrado hasta la actualidad, como no podía ser de otro modo, también eligió Murcia para darse de bruces. Y lo hizo en plena Nochebuena, mientras las campanas de auroros encendían las tres de la madrugada con sus aguinaldos remotos. La prensa de la época lo describió como “un gran lucero, de un resplandor que eclipsaba la luna, un globo de fuego brillantísimo y de hermosos colores, que no parecía sino que descendía a la Tierra una de las estrellas del cielo”. Sucedió en Molina de Segura, el 24 de diciembre de 1858.
El estruendo lanzó a la calle al pueblo entero. Algunos testigos advertían de que, por apenas unos metros, el supuesto trozo de cielo no había impactado contra la torre de una iglesia. En la ciudad de Murcia, ante tan brutal explosión y juego de luces, muchos creyeron que la Catedral estaba ardiendo.
El informe posterior sobre los hechos relata que “pasó por encima de esta ciudad a tan poca distancia de la torre de la catedral, que creyeron que iba a tocar en la linterna de dicha torre, pero no sucedió así, sino que recorrió unas tres leguas más, salvando esta ciudad y su término”. Las más ancianas se santiguaban y los chiquillos aprovechaban para apedrear a los gatos desvelados. Un jolgorio, vaya. Días más tarde se encontró, en un campo de cebada, el aerolito: Pesaba más de cien kilos. Y aún los pesa. Se puede admirar en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
La descripción de un testigo evidencia la magnitud del fenómeno. “Se oyó de repente un gran ruido, parecido al que produce la electricidad en las nubes, y las personas que estaban en las calles, en los caminos y en los campos, vieron aparecer un magnífico globo de fuego de una brillantez extraordinaria y deslumbradora, que ostentando los colores del arco iris oscurecía la luz de la luna y descendió majestuosamente desde las regiones aéreas, atravesando nuestro horizonte en dirección oblicua del Mediodía a Norte…”.
Tanta fama cosechó el pedrusco que fue trasladado a la Exposición Universal de París de 1867, donde también se inauguró la célebre Torre Eiffel. Miles de visitantes admiraron inquietos el meteorito y la chapa metálica que describía su procedencia: “Aerolito de Murcia”, aunque realmente se estrellara en un secano de Campotéjar. Diversos fragmentos de la piedra metálica fueron enviados a museos de todo el mundo, entre los que se encuentran el Museo de Historia Natural de Reino Unido, el Museo Field de Chicago (EEUU) o la colección de meteoritos del Vaticano.
No fue el último caso. Otro meteorito se estrelló a la entrada de La Alberca el día 7 de enero de 1912. Los diarios titularían el suceso como “la caída del bólido” y advirtieron de que, aparte de la impresión del primer instante, no puede ni debe causar pavor en las personas cultas”. Que se lo dijeran al pobre carretero que, absorto en sus cavilaciones, vio caer el pedrusco en mitad del camino. Así las cosas, si a alguien le sobra tiempo, debería desentrañar cómo se escribe el nombre de Murcia en maya, por si las moscas.