Jamás se habrá de conocer qué comida se le indigestó a la joven Amalia Morales aquella tarde en que encontró echada la persiana de su joyería. Pero si de algo estuvo convencida en ese aciago instante fue de que, antes de marcharse a almorzar, solo había cerrado la cristalera del comercio. Habrían de pasar cinco años para que Amalia y toda la sociedad murciana descubrieran los detalles del primer gran robo del siglo XX en Murcia. El segundo sucedería dos décadas más tarde, en 1977, cuando los ladrones se apoderaron de las joyas de la Fuensanta. Un caso todavía sin resolver.
El atraco se produjo en 1958 en la joyería El Estuche, entonces ubicada en la calle Isidoro de la Cierva, uno de los tramos de la popular Calle Correos de la ciudad, en pleno corazón de la urbe. Y su autor fue, como después se comprobó, Gerardo Tomás, de 51 años de edad, madrileño afincado en Sevilla y un viejo conocido de la policía. De hecho, una década antes, la Brigada de Investigación Criminal ya tenía fichado a Gerardo, quien también usaba los nombres de José Prats, Marcial Omea y Antonio Arcés.
A Gerardo lo apodaron Manitas de Plata por su especial habilidad para los hurtos. Pese a la vigilancia policial, diez años más tarde, planeó el sorprendente asalto a la joyería murciana, propiedad de José Egea. Los periódicos de la época describieron el suceso como ‘un robo a la americana’, debido a la situación del local y a la pericia de su autor para desvalijarlo. «Es decir, en pleno día y en el centro mismo de la capital», advertirá el diario Línea. El botín se cifró en un primer momento en medio millón de pesetas.
Seis meses más tarde, la policía detuvo a Manitas en Cartagena cuando intentaba enrolarse como marino mercante tras varios intentos de robo fallidos. En el último fue sorprendido in fraganti en un establecimiento de artículos eléctricos de la calle Mayor. Los agentes le decomisaron una palanqueta, seis dedales de caucho para no dejar huellas y un bloc con notas y direcciones de diversos lugares de la ciudad portuaria.
Hasta las etiquetas
La vista oral del juicio contra Manitas se celebró en 1963. Entonces se conocieron los detalles del asalto a la joyería, sobre todo porque el propio acusado ofreció un relato pormenorizado de su hazaña.
Manitas relató que, tras asegurarse de que la dueña se había marchado a comer, forzó la puerta de cristales para acceder al interior del establecimiento y, según destacaron los diarios, «de la preciosa mercancía allí existente no dejó ni las etiquetas». La persiana metálica del comercio permaneció cerrada mientras duró el asalto, lo que le permitió entretenerse en su faena a salvo de miradas inoportunas.
Durante las siguientes semanas, Manitas viajó por varias capitales españolas, entre las que se encontraron Madrid, Salamanca, Sevilla, Málaga, Barcelona, Granada, Alicante y Valencia. Poco a poco, se deshizo de partes de su botín, que fue vendiendo en distintas joyerías, una de ellas ubicada en Cartagena, donde el ladrón intentó varios robos.
Para el fiscal del caso, Jaime Gestoso, no existía duda alguna de la peligrosidad del sujeto. «Es una voluntad criminal que ante nada se detiene y que demuestra agilidad y destreza en grado sumo», advirtió en su informe. También le parecía evidente la participación posterior de varios joyeros, que fueron acusados de receptación de artículos robados. El fiscal solicitó para Manitas 14 años de reclusión menor y para cada uno de los joyeros hasta 8 años de presidio mayor.
Los joyeros, engatusados
El defensor de Manitas incidió en que la confesión detallada merecía la aplicación de la pena mínima que señalara la ley. De nada le serviría su alegato. Sin olvidar que los antecedentes del caco se nutrían con 5 delitos de robo, uno de hurto y 3 de uso de nombre supuesto. La Audiencia provincial hizo suyos los argumentos del fiscal y lo condenó a 14 años de prisión. De esta forma quedó probado que el individuo era responsable del atraco, además de apreciar la agravante de reincidencia.