Por Antonio Botías, cronista oficial de Murcia y colaborador de La Verdad
A los murcianos, aunque suene la expresión un tanto basta, no los comprende ni el que está enSan Antolín, que no hace falta escribir quién es. Porque igual acercaban a la Patrona, la Virgen de la Fuensanta, para implorar lluvia que, al poco tiempo y con el mismo ímpetu, atronaban la vega a campanazos en la esperanza de que, a golpe de conjuro, se disolvieran las tormentas.
De entre todas las rogativas protagonizadas por la Morenica pasó a la historia aquella celebrada en 1961, precisamente la última, cuando un grupo de murcianos, encabezados por el cabo de andas de la imagen, Joaquín Vidal Monerri, pidió audiencia al obispo de Cartagena, Ramón Sanahuja y Marcé.
Como era costumbre, el prelado los recibió en el suntuoso Salón delTrono, así llamado por la silla episcopal que, en lo alto de una tarima, utilizaba Sanahuja.
«Queremos que nos autorice a traernos a la Virgen para una rogativa», le propusieron al obispo, quien los observaba en silencio. Nadie esperaba que Sanahuja, sin pronunciar ni una palabra, se dirigiera hasta la ventana más próxima para asomarse al exterior y mirar al cielo. Un instante después, mientras se encogía de hombros, Su Eminencia les dijo: «Tráiganla ustedes si quieren, tráiganla… pero no está el tiempo para llover». Y, curiosamente, con la Morenica llegó la esperada agua.
Eso sucedía en tiempos de sequía. Pero superado el ecuador del verano, ya mediado agosto y en septiembre, la preocupación de los murcianos era otra: las temidas tormentas y «nubes de piedra» que desbocaban el Segura y arruinaban bancales. Para intentar frenarlas, de nuevo, se recurría a la Patrona. Conservan los archivos pruebas de que en 1714, concretamente el 19 de diciembre, los murcianos sacaron en rogativa a la imagen para que espantara las lluvias. Y otro tanto sucedió en marzo de 1742.
Antonio Peñafiel Ramón, en un artículo titulado ‘Panorama de la vida murciana en la Edad Moderna’, destacaba hace años que los conjuros se realizaban por nublos y nieblas, por temporales, «por rayos, centellas y lluvias», para evitar plagas y para avisar y prevenir los huracanes. Para ello, al tiempo que se echaban al vuelo las campanas, se exhibía la reliquia del Lignum Crucis, una vez por la mañana y otra por la tarde e incluso, en ocasiones, a mediodía. Pero no había reliquia mayor que la Fuensanta.
Capuchinos en ayuno
Ni tampoco hay murciano que, con serlo, no se haya preguntado alguna vez porqué la romería se celebra siempre un martes. El periodista Martínez Tornel publicó en 1893 un artículo en ‘El Diario de Murcia’ donde explicaba las razones que sobre el particular le dio un tartanero, fuente a todas luces tan fiable como sabrosa.
Al parecer, los primeros estantes del trono eran frailes capuchinos que ajustaron la fecha en función del día en que les estaba permitido comer carne para que «no se desmayasen en el camino con el peso de la sagrada imagen». Tres días a la semana, según su agenda de ayunos, eran adecuados para la romería: domingo, lunes o martes. Y se eligió el tercero «por venir después de dos días en que ya se habían repuesto de las vigilias anteriores».
Teorías existen para todos los gustos. No faltan autores que incluso señalen el martes por ser el día en que, estando la imagen en la Catedral, se aparecía en su santuario, como si quisiera volver al monte. Josefa María Antón, en la obra ‘De la Virgen de la Arrixaca a la Virgen de la Fuensanta’, mantiene que tras la aprobación oficial de la romería, en 1780, se intentó cambiar el día de retorno pero con escaso éxito popular.
Refería Antón aquel año porque fue cuando el Cabildo de la Catedral decidió suprimir la fiesta que cada año se celebraba en el monte el 8 de septiembre y ordenó que la Fuensanta bajara a Murcia en la festividad del Dulce Nombre. Fue, por tanto, la primera romería sin rogativa.
Sea como fuere, lo único probado es que arraigó la máxima que aún hoy se recuerda: «Un jueves la traen y un martes se la llevan», tal y como explicó en su día Nicolás Ortega Pagán en la obra ‘La Virgen de la Arrixaca y la Virgen de la Fuensanta’. La Patrona suele ser trasladada a Murcia el jueves anterior a su festividad. Y la tradición exige que sea devuelta al monte al martes siguiente a la terminación del novenario en la Catedral.
Una talla remota
Otra de las dudas que ha suscitado el interés de generaciones de historiadores es determinar cuándo se inició el culto a la Morenica. Como destacan Ricardo Castaño y Pedro Soler en su obra ‘Historia de la Virgen de la Fuensanta (Murcia)’, la primera referencia conocida se encuentra en un acta del Concejo de Murcia del día 19 de febrero de 1429.
El documento prueba que la ciudad otorgó a un ermitaño, Pedro Burguete, el agua de una fuente que manaba bajo la ermita de Santa María de la Fuensanta, con sus árboles y huerta. La biblioteca de ‘El Diario de Murcia’ publicó en 1892 un folleto redactado en 1819 por el doctoral Juan Antonio de laRiva, quien deducía que la imagen era anterior a la Reconquista y que su culto fue tolerado durante la dominación musulmana.
Entre las pruebas que lo convencieron de esta afirmación figura un informe realizado en 1802 por el escultor Roque López donde mantenía que la cabeza y el cuerpo de la talla eran de una madera tan dura que hasta resultaba complicado penetrarla con el cincel; una madera «antiquísima, de tiempo inmemorial». El doctoral mantenía que la imagen, antes bajo la advocación de la Encarnación o la Anunciata, fue colocada en el monte por Jaime de Aragón tras la conquista de la ciudad por parte de su hijo Alfonso.