Muchos años más tarde recordarían algunos testigos que, aunque nunca volvieron a dominar el pulso, era la cabeza decapitada más hermosa que se hubiera visto en Murcia. Porque ni el certero corte que la había arrancado del cuerpo, ni la expresión de asombro que inmortalizaba su mirada, ni siquiera los hilos de sangre que teñían sus labios lograron arrebatarle tanta belleza. Aquel célebre crimen daría nombre a un palacete en Murcia, el de los Descabezados, y a una popular leyenda.
Una de las principales referencias bibliográficas del Palacio se encuentra en el segundo tomo de la obra ‘Recuerdos de un viaje por España’, del enigmático editor Francisco de Paula Mellado, quien en 1846 se aventuró por diversas ciudades españolas.
De los valles de Murcia diría que son «de los más fértil y delicioso que se conoce, y producen las frutas más exquisitas, y los cidros, naranjos, limoneros, moreras, palmeras y otros árboles que solo crecen en climas ardientes». De sus gentes advirtió de que son «sobrios, moderados, laboriosos, bondadosos y honrados». Mellado eligió, entre las leyendas que conoció aquellos días, la del Palacio de los Descabezados. Así cuenta, a grandes rasgos, la terrible historia.
Tras la conquista de Murcia, Alfonso X otorgó a uno de sus caballeros, de apellido Guzmán, la propiedad de un palacete en la ciudad, donde el guerrero estableció su hogar con dos de sus hijos, bastardos según la tradición. En el camino de Monteagudo, a media legua de distancia, vivía una bella viuda en una gran torre. Prendido de sus encantos, Guzmán pidió su mano, aunque la familia no lo aceptó. Entonces, el caballero excavó un túnel desde su palacete a la torre, sorprendiendo así a la guarnición que protegía a la viuda y raptándola.
Una vez trasladada al Palacio, la joven reveló a su captor que había hecho voto de castidad y quería ingresar en un convento. El caballero le advirtió de que no sería liberada mientras no aceptara casarse con él. Entre unas cosas y otras, el Rey conoció la noticia del rapto y envió tropas para rescatar a la mujer. Fue en vano. Ciego por la ira, el secuestrador cercenó con una daga la cabeza de la viuda y la arrojó por una de las ventanas de la casa.
Cuentan los cronistas que, en ese preciso instante, «vieron los sitiadores escaparse por la ventana espantosas llamas que les llenaron de pavor». Cuando recobraron el valor registraron todo el palacete, sin encontrar al asesino ni a sus hijos. Los parientes más próximos del verdugo fueron condenados al destierro y, en ausencia del reo, se ordenó que se decapitaran las dos estatuas que adornaban la fachada, como pública advertencia.
Tanto Mellado como después Alberto Sevilla, en su obra ‘Temas Murcianos’, refieren que estos hechos ocurrieron en la casa de la joven viuda, conocida como Torre de las Lavanderas y apuntan la leyenda de la mano negra. Sin embargo, esa torre estaba ubicada fuera de la ciudad, cerca de Churra, mientras que la Casa de los Descabezados se alzó en la actual calle Siervas de Jesús, en el corazón de la urbe, haciendo esquina con la calle Selgas, antes llamada del Cura, y la calle San Carlos, antes conocida como Calle del Beso. ¿A quién hay que culpar de no mantener hoy este sabroso nombre?
Espíritus inmundos
La casa solariega, datada en la primera mitad del siglo XVI pese a las referencias al Rey Sabio, fue demolida en 1832, después de que un particular la comprara al Estado. Aunque la leyenda mantiene que nunca volvió a ser habitada, pues en ella moraban «espíritus inmundos», hay autores que mantienen la existencia de disputas entre los Guzmanes y los Huete por su propiedad.
Incluso el nuevo edificio que se construyó siguió recibiendo el mismo nombre. El erudito Fuentes y ponte, en su obra ‘Murcia que se fue’ (1872), recuerda que las familias de alcurnia acostumbraban a representar obras de teatro en sus casas, como aquella que convocó «el comandante Gómez Angeler» en 1866 y que tuvo por escenario «una de las salas de la Casa de los Descabezados, donde vivía».
Antonio Martínez-Mena, en su espléndido libro ‘Arquitectura civil desaparecida en la ciudad de Murcia’ (2011), recuerda que el arqueólogo Ivo de la Cortina conoció y dibujó el edificio, cuyo grabado publicó más tarde el Semanario Pintoresco. En él pueden distinguirse las dos estatuas de atlantes o Hércules con la cabeza mutilada. El artículo de De la Cortina se incluyó en un especial de la revista Vida Jurídica (1935).
El historiador Manuel Jorge Aragoneses, en su estudio ‘Los salvajes de la Capilla de los Vélez’ (1968) añadió que era imposible determinar si aquellas figuras representaban a salvajes -como los que aún se conservan en la portada del Huerto de las Bombas-, guerreros o atlantes.
La Casa de los Descabezados también dio nombre a la calle hasta bien entrado el siglo XX. De hecho, es habitual encontrar referencias de esa vía en innumerables anuncios de la prensa del siglo XIX. Allí estaba ubicada la Comisaría de Guerra en 1882 y allí mantenía en 1865 su Academia el capitán de Infantería Fulgencio Rodríguez, quien preparaba a los jóvenes para «todas las carreras civiles y militares», según anunciaba el diario ‘La Paz’.