Ciento sesenta y dos euros. Veintisiete mil pesetas. Este fue el ridículo precio que pagó la ciudad de Murcia al marqués de Corvera por el legendario belén de Salzillo. Pero tardó en cerrarse el trato siete intensos años que movilizaron a la ciudadanía e hicieron hervir las páginas de los diarios.

El Belén estuvo a salvo, de herencia en herencia, a cargo de la familia de quien hizo el encargo a Salzillo, el aristócrata Jesualdo Riquelme y Fontes. Don Jesualdo lo adquirió para disfrutarlo en su palacio, cuya fachada hoy adorna el lateral del Museo Salzillo después de ser trasladada desde la calle Jabonerías. Sólo en una ocasión, con motivo del I Centenario de la muerte del escultor, en 1883, se abrieron las puertas de la mansión para que los murcianos pudieran admirar la belleza de las imágenes.

Belén SalzilloEntrado el siglo XX, Alfonso Bustos y Bustos, el nuevo marqués de Corvera, propuso la venta de la obra. Ni imaginó el revuelo que iba a provocar, ni tampoco la compleja trama de conspiraciones, acuerdos secretos y escándalos que aquella decisión suscitaría en la ciudad.

Fue el diputado Isidoro de la Cierva quien denunció que Murcia perdería uno de sus tesoros. Sucedió el Domingo de Resurrección de 1909, día 11 de abril, a través de un artículo que ocupó las portadas de los diarios El Tiempo y El Liberal. El título ya adelantaba un contenido incendiario: A todos los murcianos, donde quiera que se encuentren.

De la Cierva revelaba que el Palacio de Riquelme había sido adquirido por el Gobierno Civil, lo que obligaba al traslado del belén a la casa de su propietario, que residía en Madrid. También revelaba que el marqués accedía a la venta de la colección, que constaba de 500 piezas de madera y barro cocido.

Isidoro, hábil político, recordó que la ciudad “dispone de cuantiosas sumas rescatadas por ministros murcianos y entregadas a otro ilustre hijo del país”. Se refería a Andrés Baquero, presidente del Instituto de Segunda Enseñanza. Los fondos en cuestión se querían destinar para la fundación de una Escuela de Artes y Oficios.

Isidoro, en otra vuelta de tuerca política, incluyó en su artículo dos condiciones para cambiar la finalidad del dinero. Primera, que aceptara el ministro de Instrucción Pública. Y segunda, que Baquero lo autorizara. Por si acaso, el diputado concluyó: “el ministro de no ha de oponerse”. Así que animó a “cofradías, prensa, sociedades e individuos a que os dirijáis a don Andrés Baquero”. Y se quedó tan fresco.

 

Andrés Baquero necesitó unos días para digerir el embolao en que lo metía De la Cierva. Entonces, dolido por las decenas de cartas que recibió aquellos días, tuvo que reconocer que retrasó la respuesta para “serenarme del estupor que su acto de usted me produjo”. También advertía al diputado de que lo hábil hubiera sido “echarle el público encima al marqués de Corvera”, quien debía garantizar, como propietario, que el belén “no acabe en un museo extranjero”.

Las reacciones fueron interminables. Y todas en defensa del belén. Desde el Círculo Instructivo Republicano, en otra carta abierta, se señaló que “si se nos coloca en el dilema de optar por las escuelas o las imágenes, nos quedaríamos sin vacilar con las primeras. Pero aquí el dilema no existe”. Eso sí, proponían con acierto otra vía para evitar la venta: que el marqués, “que goza de una posición tan brillante”, done las piezas a la ciudad.

Después del primer cruce de cartas entre De la Cierva y Baquero, éste último visitó al marqués, que se mostró dispuesto a vender la obra por 33.000 duros. Baquero elevó a la Junta del Patronato del Instituto una moción para la compra, que fue desestimada por considerarse una suma excesiva. “Sólo una tercera parte son figuras humanas […] y no todas felices”, argumentó la Junta, que concluyó, para no dar más vueltas, que “33.000 duros son muchos miles de duros”. Había que negociar el precio.

El marqués de Corvera, para no ser menos, terció con otra carta publicada en los diarios, en la que lamentaba que el señor Baquero despreciara el valor del belén y advirtió de que estaba dispuesto a someter la obra a una valoración técnica.

La gran treta

Los acontecimientos se precipitaron. De la Cierva y Baquero pactaron guardar silencio para calmar los ánimos. El marqués, para que nadie se llamara a engaño, ordenó el traslado del belén a Madrid. Quedó depositado en el Museo Arqueológico. Los murcianos estaban a un paso de perder una de sus obras más valiosas.

Quiso Dios que otro murciano fuera el encargado de su custodia en Madrid: el académico Manuel Pérez Villamil, quien demoró y entorpeció la venta durante años, convencido de que Murcia debía recuperar tan espléndidas piezas. Habrían de pasar siete años hasta que, mediante una treta histórica, el belén regresara a la ciudad.

Aquellos 33.000 duros –apenas unos 1.000 euros- pueden hoy parecer una minucia. Pero hay que recordar que entonces suponían la cuarta parte del presupuesto municipal. El marqués no cejaba mientras De la Cierva y Pérez Villamil espantaban compradores. Desesperado, el marqués ofreció las piezas al Ministerio de Instrucción Pública. Hay quien dice que animado por De la Cierva. Lo cierto, quizá, es que el aristócrata fue engatusado para incurrir en un error tan monumental como su tesoro.

La venta al Ministerio obligaba a presentar un informe previo de la Real Academia de San Fernando, que justificara el desembolso. La lectura de aquel informe sólo arroja dos conclusiones. O el perito era tan listo como el buey del pesebre, o todo estaba amañado, como parece. Porque el ponente afirmó que el belén de Salzillo no contaba con “méritos sobresalientes para figurar en un museo estatal y sí [es]digno de figurar en algún centro local constituyendo por sí motivo de atracción y curiosidad”. Además, fijo la tasación en una cantidad que oscilara entre las 20.000 y las 30.000 pesetas.

La jugada maestra se completó, unos días más tarde, cuando la Junta del Instituto de Segunda Enseñanza cerró con el marqués la compra en 27.000 pesetas. El día 30 de enero de 1915 el Ministerio de Instrucción Pública autorizó al Patronato a adquirir el belén, que en febrero ya ocupaba las vitrinas del antiguo Museo Provincial.

 

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