Encaja en la descripción que el periodista Martínez Tornel hiciera, hace ya más de un siglo, sobre el célebre pastel de carne: “Es capricho del rico y apaño para el pobre”. Porque eso siempre fue el paparajote huertano que ahora el no menos insigne Arturo Pérez Reverte anuncia que se incluirá en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Y nadie podría negar que tan sabroso postre murciano, con evidentes raíces árabes, siempre adornó las sobremesas de los murcianos, sin distinguir, por sus accesibles ingredientes, economías ni alcurnias.

paparajoteLa cuestión a aclarar, si es que acaso se puede, pasa por determinar de dónde proviene tan dulce vocablo. Sin olvidar que existe un segundo significado de la palabra, tan actual como el otro. El habla murciana, que siempre se ha llamado de forma errónea dialecto, está formada por voces árabes, aragonesas y catalanas, fruto de la reconquista. Pero, ¿de dónde nos llegó esta voz que tanta popularidad mantiene?

Existe aún en Murcia cierta creencia popular que atribuye la creación del postre a la buena mano gastronómica de Raimundo González y su legendario Rincón de Pepe. Dada por buena esta tesis, apenas tendría el paparajote murciano medio siglo de existencia. Cierto es que Murcia debe al gran Raimundo que tan especial exquisitez de la tierra evolucionara, por ejemplo en su presentación con helado de turrón, que después han copiado hasta aburrir todos los restauradores murcianos. Fue el Rincón el que, ya en 1981, incluía en su carta esta variante para gozo de muchos.

Pero basta conocer, aunque sea muy por encima, las hemerotecas de la ciudad para descartar de plano tan infundada teoría. Y no son pocas las referencias que evidencian la antigüedad del plato en cuestión. Eso sí, resulta curioso que el célebre periodista Martínez Tornel no anotará en su prolija producción periodística tal térmico. Ahí queda, que uno anda muy ocupado últimamente, para futuros rebuscos. Salvo que entonces se le llamara al paparajote simplemente buñuelo, de los que era tradición comer por San José, aunque parece extraño que no se refirieran en las crónicas al uso de la hoja de limonero.

En la obra ‘Vocabulario Huertano’ del carmelitano Alberto Sevilla, publicada en el año 1919, ya se recogían las dos acepciones del término. La primera de ellas era “fruta de sartén compuesta de harina, leche, azúcar y huevo”. Y también recogía el otro significado, aceptado desde antiguo en Murcia y que Sevilla consignó como “pataleta”. En alguna edición posterior se incluyó algún párrafo de ‘Colasín’, la obra que publicara en 1921 José López Almagro, y donde se podía leer que uno de los protagonistas “mitigaba el desabrimiento de los potajes cuaresmales con una fuente de sabrosísimo paparajotes”.

Unos años antes ya se denominada “dulce de sartén” a la especialidad murciana. Así se publicó en el diario ‘Las Provincias de Levante”, allá por el año 1896, en un relato firmado por J. Arqués, donde describía que una tal Doña Encarnación le obligó a comerse la “pelota frita”. Similar descripción puede leerse al año siguiente en otro artículo del miso autor. Reviste especial importancia la cita porque, a falta de un estudio más riguroso, es la primera vez que encontramos el término en la prensa regional.

Petición a la RAE

La otra acepción, que este humilde cronista propone que la RAE admita, también es tan antigua, tal que diría un castizo huertano, como “mear a pulso”. Se trata de aquella que refiere paparajote como un infarto o vahído que, en más de un caso, deviene en muerte. Aunque ya Sevilla la llamara pataleta, desde hace generaciones siempre se ha considerado en Murcia que la pataleta es una ‘pesambre’, mientras que el paparajote corresponde más a una indisposición grave.

En su obra ‘Vocabulario de las Hablas Murcianas. El Español hablado en Murcia’, Diego Ruiz Marín anotaba el término como “ataque repentino que afecta a la salud; en palabra de calle como: colapso, desmayo”. Descripción que anotaría con acierto Carmen Castelo en su tesis sobre la producción del gran periodista García Martínez, quien en innumerables artículos citaría el paparajote como dolencia. Sin olvidar el empuje divulgador de Juan José Navarro Avilés en su aportación ‘La Literatura en murciano’. Avilés propone como origen del vocablo la voz catalana ‘paparote’.

Reafirma la antigüedad de la palabra, por poner solo un ejemplo, la edición del diario ‘la Verdad’ del día 16 de enero de 1926, que recoge, bajo el título de ‘Naderías’ una publicación de ‘Menipo’, quien escribió: “No; que a doña Luz Morote, que en actitud tan beata, escuchó la perorata, le dio tal ‘paparajote’ que a poco estira la pata”. Acepción que, lejos de constituir un arcaísmo, perdura en la actualidad incluso entre los más jóvenes, como cualquier murciano puede acreditar.

Existe una variante, acaso tan antigua como la otra, que transforma la receta en salada y que, bajo el nombre de ‘paparajotes totaneros’, es una mezcla de garbanzos cocidos con bacalao y luego chafados, a los que se les añade ese pescado, huevos, ajos y perejil.

En 1978, el semanario ‘Hoja del Lunes’ publicó una entrevista a Jesús Tortosa Bermejo, por entonces al frente del típico restaurante Mesón Huertano, en Alcantarilla, y quien recomendaba como postre “paparajotes, natillas del Tío Pencho o arroz con leche”. Al año siguiente, también en las mismas páginas del semanario, Tortosa ofreció su receta del postre, si bien enriquecida con licores y otros ingredientes que jamás imaginaron siquiera los huertanos. Pero estas aportaciones revisten la importancia de suponer un intento de plasmar en los papeles periódicos la revitalización de una receta que, si bien jamás perdió actualidad, no recibió demasiado interés de la prensa durante décadas.

Ismael Galiana recordaría en su libro ‘Insólita Murcia’ que los buñuelos de viento eran “confite de harina huevo y azúcar, frito. Redondo, puede hacerse también alargado y meterle una hoja de limonero; entonces se llama paparajote”. Sea como fuere, la Real Academia puede y debe incluir este término, habida cuenta de cuantos ya ha aprobado, sin lugar a dudas menos populares. Y prueba de ello es el empuje que Pérez Reverte, académico donde los haya, ha dado a esa voz tan sabrosa en unas ocasiones como fatal en otras, y que por estos lares siempre conocimos como paparajote. Eso sí, sin olvidar esa segunda acepción. No sea que a los murcianos nos dé un paparajote si aceptan solo aquella que hace referencia al dulce.

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